la papelera

martes, octubre 04, 2005

caminantes de muchos mundos


Por
Beto Agudelo
Portador del Anillo
Tolcin Otornassë Esteldórë

El fenómeno cinematográfico del año 2001 está constituido por una película que, por sí misma, es un éxito sin precedentes en el séptimo arte, pero que, además, está basada en una novela que creó, desde hace cincuenta años, su propio fenómeno, desatando la imaginación de millones de personas y constituyéndose en la plataforma para la creación de todo un género literario con extensas ramificaciones en todos los campos tanto del Arte como de la industria del Entretenimiento.

Es indispensable dar un vistazo a ese fenómeno y a su genio creador, el escritor británico John Ronald Reuel Tolkien.

Un caballero, o a veces el ser menos indicado para convertirse en un guerrero legendario, se ve involucrado en una serie de acontecimientos que lo obligarán a enfrentarse al Mal para salvar una Princesa, un Reino, el Universo... o todo al mismo tiempo, y siempre con las apuestas en contra.

Esta es la premisa básica de todo un género literario, artístico y lúdico que algunos llaman de Espada y Hechicería (Sword and Sorcery), otros confunden con los viejos Cuentos de Hadas y algunos otros denominan Fantasía Épica.

A finales del siglo XIX, la literatura gótica con sus monstruos artificiales y vampiros estaba agotando los argumentos, mientras que los relatos de viajes empezaban a perder novedad a medida que las exploraciones revelaban año tras año un planeta cada vez menos fantástico, más “terrenal”. Son las circunstancias y el momento propicio para que algunos autores reconocidos como Sir Arthur Conan Doyle y algunos nuevos como Edgar Rice Burroughs exploren un estilo nuevo con el que se pretende renovar los viejos mitos - olvidados por varios siglos - y recontextualizarlos en ambientes no limitados por el conocimiento geográfico. Si África ya estaba explorada, y el Pacífico Sur había dejado de ser un misterio, los nuevos mundos, no necesariamente con una ubicación geográfica aceptada, constituían una fuente inagotable de aventuras.

Con “La Princesa de Marte” y “Pellucidar”, Edgar Rice Burroughs, ampliando la senda bocetada por Henry Rider Haggard, presentó nuevas opciones en los relatos de aventuras, con mundos de ubicación francamente lejana o simplemente imprecisa, tanto en tiempo como en espacio.

Pero fue otro autor, en los años veinte, el que sentó las bases para lo que más adelante se llamaría Fantasía Épica.

Robert Erwin Howard, texano y parte del círculo de “Los Mitos de Cthulhu” de H.P. Lovecraft, contribuyó con un trasfondo histórico a la ya compleja estructura de los “Mitos”, dando una cartografía al lejano pasado Hyperbóreo de los protagonistas humanos e inhumanos de los “Mitos”. Los personajes de Howard, reinterpretados, dibujados y adaptados infinidad de veces, de los cuales los más conocidos son Conan, Sonya y Kull, se mueven en un mundo donde la magia y el filo de la espada son las fuerzas que rigen el destino de hombres y no-hombres.

Si bien Conan el Bárbaro ha logrado un amplio reconocimiento entre diversos tipos de público, durante mucho tiempo él, junto con Flash Gordon o El Fantasma continuaron siendo del dominio exclusivo de los aficionados a la Ciencia Ficción - siempre minoría a pesar de los números - o de los cómics - otra minoría.

Pero en 1937 la situación empezó a variar por completo, cuando un escritor británico, distinguido en los círculos estrictamente académicos de habla inglesa por sus trabajos sobre lingüística y sus estudios sobre folklore y mitología inglesa y nórdica, publicó una novela no muy larga, aparentemente para niños, sobre una raza de seres pequeños y que, aunque bastante comodones y golosos, resultan tener una gran fuerza interior capaz de vencer los peores obstáculos a pesar de su inferioridad física.

Con “El Hobbit”, la comunidad literaria mundial fija sus ojos en John Ronald Reuel Tolkien, a la sazón un modesto profesor de lengua inglesa en Leeds (Inglaterra), y le exige a grandes voces una continuación de las aventuras de Bilbo Baggins, proyecto que el Profesor emprende de inmediato con entusiasmo, aunque el resultado sólo se vería hasta 1954.

Ese año, Tolkien publica las primeras partes de una novela mucho más extensa - dos tomos no han sido suficientes para contenerla - y que abandona por completo las alusiones infantiles de la precuela, alusiones que el mismo Tolkien había deplorado al notar la riqueza del mundo que estaba construyendo a partir de los mitos nórdicos, europeos y de su Sudáfrica nativa.

Las nuevas aventuras de Bilbo y su sobrino Frodo ya no tienen nada que ver con la búsqueda de aventuras - actitud muy mal vista entre la comunidad hobbit - pero deben enfrentar ahora las consecuencias de sus bienintencionadas acciones del pasado, acciones que han despertado al Mal después de la derrota que, hace milenios, trajo la paz a la Tierra Media.

Para evitar que Sauron, el Señor Oscuro, llegue a conquistar el mundo, Frodo Baggins, sobrino de Bilbo, deberá llevar a cabo una peligrosa misión en cuyo desarrollo encontrará ocho compañeros que, en principio, deberían acompañarlo y protegerlo hasta el final... pero el Destino tiene otros planes y cada uno de los protagonistas deberá afrontar sus propios desafíos, tanto físicos como personales.

La novela lleva al lector en un recorrido por el fantástico mundo de la Tierra Media, donde tendrá la oportunidad de conocer desde los mágicos reinos de los Elfos en Lothlórien y Rivendell, pasando por las llanuras de Rohan, habitadas por los valerosos y leales Jinetes Rohirrim, o cruzando por los fastuosos pero tenebrosos salones de Khazad-Dûm, hasta el oscuro reino de Mordor, donde incluso la atmósfera es un vaho irrespirable de maldad. Seres fantásticos recogidos de las leyendas europeas y revitalizados en un mundo nuevo llenan los rincones de la Tierra Media: los enanos, unidos y leales a su propia raza y al oro; los Elfos, la Hermosa Gente, sobrevivientes en un mundo que poco a poco deberán abandonar para cederlo a los Hombres. Los Orcos, Trolls y Uruks, criaturas nacidas del odio de Morgoth, el primer Señor Oscuro, del cual Sauron no era más que un sirviente...

En el transcurso de las casi dos mil páginas de la mayor de sus novelas, J.R.R. Tolkien desarrolla un mundo tan detallado que obliga a preguntarse sobre su realidad. Una pregunta de la que el autor conocía muy bien la respuesta: si los hechos relatados en “The Lord of the Rings” sucedieron en la Tercera Edad del Sol, nuestra vida cotidiana transcurre en la Séptima Edad, según lo afirma Tolkien en sus Cartas (recopiladas y publicadas por su hijo Cristopher).

Tolkien, sin embargo, siempre tuvo clara la división entre Realidad y Fantasía, y sabía que los Elfos difícilmente podrían regresar al mundo mortal para ofrecerle sustento económico, así que, plenamente consciente del valor de su creación, a mediados de los años sesenta vendió los derechos cinematográficos de “El Hobbit” y “El Señor de los Anillos” por una jugosa suma que le permitió vivir con bastante comodidad hasta el fin de sus días.

Aunque existen rumores no confirmados según los cuales el primer intento fílmico de “El Señor de los Anillos” habría estado en manos de Stanley Kubrick, quien, supuestamente, habría llamado a los Beatles para los roles principales, sólo hasta 1978 el controvertido director palestino Ralph Bakshi presentaría la primera - y única - de sus transcripciones fílmicas de la obra de Tolkien, mientras el dúo de Arthur Rankin Jr. y Jules Bass presentaba para televisión su versión animada de “The Hobbit”, con John Huston en la voz de Gandalf y un desarrollo muy apegado a la historia original, aunque el hecho de adaptar la historia para un público exclusivamente infantil hace que la Tierra Media pierda mucho de su encanto.

“El Señor de los Anillos” de Bakshi es, quizá, una de las más polémicas adaptaciones cinematográficas de todos los tiempos. No fueron suficientes ciento treinta y seis minutos y ocho millones de dólares de presupuesto ni siquiera para llegar a una conclusión aceptable para la película, que finaliza abruptamente en lo que sería la mitad del segundo de los libros de la Trilogía original, “Las Dos Torres”. Sin embargo, los personajes animados de Bakshi poseen tal vitalidad que, por sí solos, constituyen un logro considerable, con una mención especial para Gollum, uno de los personajes más complejos creados por Tolkien. Bakshi ha sido capaz de dotar los caracteres con una expresividad previamente reservada para los actores de carne y hueso... pero olvidó las palabras del inmortal Jim Henson: “Las marionetas no llaman la atención mientras las personas puedan hacerlo”. La mezcla - técnicamente bien lograda - de animación, filmación en vivo y fotografística resulta tan compleja que luego de la primera hora de película el espectador probablemente estará deseando que la proyección termine... deseo que se ve violentamente cumplido cuando la historia queda sin final.

Sólo hasta 1980 Arthur Rankin Jr. retomaría la tarea dejada dos años antes por Bakshi y lanzaría la conclusión de la historia con “The Return of the King”, contando con una gran parte del equipo actoral de “The Hobbit”, y conservando también el decepcionante concepto de una Tierra Media pensada para niños.

Aunque sólo hasta ahora el trabajo de J.R.R. Tolkien vuelve a presentarse al público en una estupenda versión cinematográfica, el camino estaba abierto para el género de la Espada y la Hechicería. El lanzamiento en 1981 de “Dragonslayer” de Matthew Robbins y en 1982 de “Conan el Bárbaro”, dirigida por John Milius bajo un guión de Oliver Stone, desató una oleada de imitaciones - en su mayoría pésimas - tanto de “Conan” como de la Tierra Media, cuya virtud radicó en hacer llegar el género a una audiencia mucho mayor que la normalmente encontrada para los temas en cuestión.

Uno de los grandes problemas radicaba en ese entonces en la carencia de medios técnicos para una realización de buena calidad con un presupuesto razonable, lo que mantenía al creciente número de aficionados en constante agitación.

A mediados de los ochenta, un extraño juego empezó a hacerse popular. En el, los jugadores, sentados alrededor de una mesa, lápiz y papel en mano, hablaban continuamente de “atacar a ese orco grande” y “lanzar el hechizo de la Bola de Fuego” en tanto uno de los jugadores, con un aura especial alrededor, guiaba a los demás a través de un laberinto completamente invisible para los espectadores pero real y tangible para los jugadores... o al menos para sus personajes. Algunos años antes, Gary Gigax, haciendo uso de los conceptos creados por Tolkien - pero no de los derechos del autor, que no pudo adquirir - escribió una serie de reglas aparentemente complejas que permitirían a cualquier grupo de personas vivir aventuras en mundos diferentes al cotidiano. Para finales de los ochenta, los Juegos de Rol abarcarían toda una gama de temáticas y mundos, desde los Calabozos y Dragones (la creación original de Gigax) hasta Vampiro: La Mascarada pasando por Superhéroes y detectives privados.

El auge de los Juegos de Rol y de sus herederos informáticos durante los años noventa continuó expandiendo el público de la Fantasía Épica hasta hacer del género uno de los más extensos - cuando menos en Norteamérica. Autores como R.A. Salvatore, Guy Gavriel Kay, Stephen Lawhead, Terry Hickman y Margaret Weiss han creado mundos fabulosos, aunque rara vez alejándose de los conceptos tolkenianos. Las razas de la Tierra Media siguen reinando en la mayoría de las creaciones de la Fantasía Épica contemporánea: Elfos, Enanos, Medianos y Dragones reinan sin competencia, si bien con identidades diversas.

De hecho, en la mayoría de las ocasiones se trata de variaciones entretenidas y poco originales sobre “El Señor de los Anillos”, o intentos interesantes pero fallidos de precuelas basadas en vagos comentarios hallados, por ejemplo, en los “Apéndices” al “Señor de los Anillos”.

A pesar de la escasez de obras realmente originales, la abundancia de los títulos ha permitido que jóvenes y adultos de todo el mundo se empapen de las temáticas. Quedan pocas personas que no hayan escuchado hablar alguna vez de los dragones, los orcos o los trolls, o que no hayan visto alguna ilustración de las hadas, los unicornios y los duendes.

Y, entre toda la barahúnda de productos de consumo masivo, de vez en cuando surge una auténtica luminaria con una nueva perspectiva o, al menos, con un punto de vista realmente creativo, como en el caso de la saga literaria de “Harry Potter”, escrita por la maestra irlandesa R.K. Rowling y llevada al cine por Chris Columbus.

Es una lástima que algunas de las personas que se dicen “cultas”, sobre todo en nuestra ciudad, tengan que disfrazar su amargura y falta de imaginación con la etiqueta de “satánico” enristrada para atacar todo lo que a ellos les fue negado.

El lanzamiento de “El Señor de los Anillos” - tardío para nuestra ciudad, que, según Cine Colombia, pertenece a Camboya según las fechas de los estrenos cinematográficos - es una nueva puerta de oportunidad para que los jóvenes se encuentren con mundos alternativos, llenos de magia y de opciones para el aprovechamiento creativo del tiempo libre.

Uno de los objetivos primordiales de la Tolcin Otornassë Esteldórë (Sociedad Tolkien Colombiana, usando una de las lenguas creadas por J.R.R. Tolkien para su Tierra Media) es la difusión de un tipo de literatura hasta ahora poco convencional en nuestro medio pero que ofrece bastantes oportunidades para el estudio, el entretenimiento y la creación.